Profesora
de la Universidad Autónoma de Madrid, la doctora Leonor Merino es filóloga,
lingüista, traductora articulista y especialista en literatura magrebí.
Cuenta en su haber con
numerosas publicaciones en los principales periódicos de tirada nacional y
revistas literarias tanto del Mundo Occidental como del Árabe y es reconocida
participante en congresos internacionales sobre literaturas magrebíes en lengua
francesa y de lengua árabe. de las que ha traducido y prologado a los
escritores Driss Chraïbi (dos obras), Tahar Bekri (una obra) y Rachid Boudjedra
(dos obras).
Es autora de varios
libros y ensayos en los que ha volcado su un amplio estudio sobre autores literarios
marroquíes que utilizan el idioma francés para desarrollar su obra. A algunos
de ellos, les ha prologado y traducido al Castellano, como a los escritores
Driss Chraibi, Tahar Bekri y Rachid Boudjedra.
En esta ocasión, el
libro: “EL SOPLO DE LA VIDA EL POLVO DE LA TIERRA” que hoy presentamos, es un
poemario en el que Leonor Merino comparte con nosotros un canto a la vida
(sobre todo), y a veces, también a la muerte.
EL POEMARIO ha sido publicado
por la editorial DIWAN MAIRYT esta primavera y presentado en la 75 edición de
la Feria del Libro de Madrid (donde agotó la primera edición), así como en la I
Feria del Libro Hispano Árabe de Madrid, donde ha sido presentado en su versión
Castellano-Árabe.
LA POETA, hacedora de
versos, nos sumerge con palabras como pétalos de amapola, en ése instante mismo
en que la vida lo es todo y el lector, sorprendido y a la vez acariciado, se
hace consciente de ello.
El POEMARIO está
estructurado en 5 partes diferenciadas y a la vez iguales por su núcleo latente de exaltación a
la vida, a las que llama: “A la muerte” “Al amor” “Ascuas del día” “Figuras” y
“Engarce de huellas”. 5 partes para un libro que se resume en un todo: “Amor-muerte”
que solo puede demostrar que efectivamente, Leonor nos regala versos en un
intento de que el lector analice el pasar de los días entre el soplo y el
polvo:
“Entre la vida y la muerte
–nos dice la autora-
frágil cristal
bruma sutil
donde el sueño teje su hilo
entre mentira y verdad”.
Con ésta fragilidad que
nos da la VIDA, pretende Leonor con sus versos, hacernos sino amigos, sí cómplices
de la MUERTE aceptándola como compañera de viaje hasta el último soplo, y nos
dice en su poema:
“vivir aprender a morir
recordar tal entomólogo lo vivido
reinventarse la vida
a la sombra de la parca”.
Leonor convoca al
lector, para que estudie sus recuerdos y y los moldee tanto como necesite hasta
aceptar el nexo latente entre conceptos tan distantes y a la vez cercanos, como
son vida y muerte.
Una vez, leí en una
novela que: “a lo mejor, todo lo que nos ocurre en la vida no es más que una larga
preparación para la muerte”.
En “El soplo de la
vida, el polvo de la Tierra”, su autora, nos hace pensar en ése maridaje inseparable
de ambos, donde no cabe ningún divorcio posible.
MUERTE Y VIDA deben
caminar juntos a pesar de las diferencias que les presuponemos. Leonor, puede
recordar al lector, cierta semejanza en la percepción de estos conceptos a lo
manifestado por quien también fué poeta y escritor portugués, Fernando Pessoa, quien en su obra “el libro del desasosiego”
nos legó esta cita: “en lo que nace, tanto podemos sentir lo que
nace, como pensar lo que ha de morir”.
LA POETA piensa. Piensa y ama en la misma dimensión de la
elegancia de su porte. Ama y se recrea en el amor como el filósofo en el
pensamiento, quizás el afán de nuestra poeta, para el estudio de la
pluriculturalidad, hace que Leonor diseccione metafísicamente la palabra amor
en un intento equitativo de reparto. Es en ése amor entregado al otro, donde
Leonor ancla sus versos hasta que su propia sensibilidad por el dolor ajeno,
estalla en ramillete de lágrimas vertidas en soledad. En la misma soledad con
la que la autora descubre la herida ajena, y le canta:
“No es amor que tras la muerte
permanece
sino la herida
del amor”
Es en este capítulo dedicado al amor y a su herida, Leonor
muestra la intimidad de su yo más filosófico y el lector, puede enlazar los versos
de la autora con la “lógica del corazón” o la “lógica del amor” ésa ética
emocional que defendía el filósofo alemán Max Scheler cuando nos dice: El que ama busca lo valioso en todos los
órdenes: no sólo se complace en el valor sensible, sino que busca la belleza de
la naturaleza, el resplandor de la verdad, el valor de la amistad...». Estos son parte de los valores intrínsecos de Leonor Merino: la
búsqueda permanente del amor y la bondad en cualquier ser vivo.
Y así, paseando los ojos por este valioso poemario, el lector
se topa de nuevo con la muerte como lazo eterno entre el soplo que vibra y el
polvo que se posa inerte sobre los estantes del salón.
NUESTRA POETA, como el
escritor húngaro Sándor Márai cuando
nos dice en sus diarios: “Nacer no es
una experiencia, porque es accidental: nos pasa sin más, involuntariamente. La
muerte sí constituye una experiencia, puesto que nos sobreviene contra nuestra
voluntad.” Ella, Leonor, nos
hace abrazar a la vida sin olvidar que un día la muerte debe llegar y
cubrirnos.
EN EL CAPÍTULO “Ascuas
del día” la poeta nos dice
“la aprehensión del instante de un relámpago
mantiene la tensión de lo vivido”
y tanos recuerda Leonor
en sus versos el paso-huella que dejamos en los otros:
“Porque la vida es blandura
-dice la poeta-
la muerte rigidez”.
–continúa-
Y así, entre soplo y
polvo, vamos recorriendo cada página de la mano de Leonor, que nos hace
conscientes del tiempo y nos dice:
“El canto de su voz se detuvo un día
el tiempo que al lado corría
no se enteró”
y en otro de sus poemas
canta:
“A la angustia,
al vértigo
mantener
un ritmo lento
dar
tiempo al tiempo”
Con este dar que ya
hemos nombrado, Leonor se crece en sus versos:
“somos seres-memoria en el río de los
instantes.
En la voz humana late nuestra personalidad”
PARA sacudir el
pensamiento dormido del lector y encender una llama en su horno de hielo, la
poeta nos pide:
“Gente de sangre helada
salid
fuera el lloro simulado
llegad
tocad el rostro amado
hijos
amigos
amor ensoñado””
y así Leonor se deja
mecer por el fluir calmado de su pensamiento y en susurros la oímos decir:
“las olas del tiempo me esconden
llevando mi emoción con su espuma”.
CON SU VOZ de
castellana regia y leonesa intelectual, a la obra de Leonor Merino podríamos
incluirla en lo que el poeta, escritor y ensayista también leonés: Antonio Colinas determina como
“literatura leonesa actual” haciéndose fuerte precisamente en ése denominador
común de los escritores leoneses de hoy en día que Colinas eleva hacia su
propio estudio: “La Memoria, concretamente,
esa memoria de los días de la infancia y de la adolescencia pasados en el medio
puro de la naturaleza.”
Así, como os decía al
principio de este párrafo, sentimos el apego de nuestra autora hacia ésa
sociedad de un León señorial, allá por los últimos años sesenta, cuando Leonor
entre niña y pre adolescente, acompañaba a su MADRE a las tertulias de los
cafés, que las señoras de la alta sociedad leonesa frecuentaban, y que nuestra
poeta, se niega a echar en el saco donde todo se olvida. Y nos escribe poemas
de los que extraigo estos versos:
“(...) Escondite
de olvidos
huecos de la memoria”
“(...) Recuerdo
hilván de olvidos ajenos
cosido con hilo que enhebra el ojo de la
memoria”
“(...) infancia
diluvio de imágenes
torrente de sonidos
luz en escena”
“(...) Memoria
clavija que consolida el pasado
débil puntuación al tiempo
mientras gotea el olvido”.
EN EL TERCER capítulo
de “El soplo de la vida, el polvo de la
Tierra”, su autora también le hace hueco a los poetas y les dice:
“(...) cuando sus poemas un poeta quema
el hombre está en peligro
en víctima
verdugo convertido”
“(...) El viento engarzado en el arpa
el verso en el tapíz”
“(...) No importa en el poeta lo que sienta
sino como lo cuenta.”
“(...)Escribir
arrancar huellas del presente a la nada”
“(...)Escribir
gesto desesperado para abrazarse en el otro”
“(..)El escritor: alma que salta la verja
se adentra en el jardín”.
ADENTRÁNDONOS en el
cuarto apartado del libro, titulado “Figuras”, la poeta brinda sus versos a la
mujer, a la bondad, a su País Leonés y a la vez, a Marruecos país de su
enamoramiento literario, no en vano, se doctoró con una tesis sobre literatura
magrebí y sus profundos estudios sobre los poetas del país vecino, la hicieron
amar la esencia literaria de su autor fetiche: Mohamed Chakor a quien rinde
también en este capítulo su homenaje.
Estas figuras, hacen de
musas para la autora, quien nos dice en sus versos dedicados a la mujer madre:
“Madre de hoy siempre trillada
de primaveras surcada
fértil tierra duradera
llorando silencios breves
aceptas, sufres, pares
los ojos de luz radiante
la boca de canciones llena
acunas, meces, duermes
a la flor de tus entrañas. (...)”
También en este
capítulo, Leonor vive el recuerdo de alguna maestra y con esto, volvemos al
concepto primigenio de la memoria de la poeta:
“(...) hay maestras en el recuerdo
como un paisaje
queda huella imborrable.
las hay que por donde pasan
dejan desordenada el alma.”
Y así, a través de sus
recuerdos, llegamos hasta León de su mano y el lector escucha:
“Tiene rostro mi tierra
de campesino hendido
de surcos su mirar.
Tiene mi tierra una voz
torrentera, cantarina
sollozo,
risa contenida.
Tiene mi tierra un cuerpo
ramillete de raíz ardiente
de poemas engendrados.
Tiene mi tierra la elegancia
que derrama la esencia
del
perfume duradero.
Mi tierra mano tendida
que espera en la mañana
otra
mano donde posar.”
Leonor Merino, como ya
dije, es una enamorada de nuestro país vecino: Marruecos y a través de su
literatura, consigue que el lector pueda llegar a vibrar con la luz magrebí derramada
entre sus versos:
“Sangrante
puesta de sol cayendo al mar
Estela de
elementos, luz, embriaguez”
Adentrándonos en estas
figuras, la autora hace sentir al lector la emoción de haber conocido al poeta-maestro
Chakor, a quien canta:
“En mí, la gratitud a la vida
por haberte encontrado
en sus aventurados adarves.
Por haber aprendido
que justicia y LUZ
son tu templo,
tu credo
Tu
contento, el arpa del amor
tu anhelo, la paz, el perdón.
Yo
–trovadora- sé que la razón
al poeta acompaña
que con su haz de flechas
la
certera palabra clava.
Ay tú, poeta
pastor de estrellas
de alma árabe-española
en susurros de silencio recogido
en amparo –alqazaba-, refugiado”.
Y ENTRE versos
engarzados en vida y muerte, en soplo y polvo, llegamos al último capítulo del
libro: “Engarce de Huellas”. Donde
Leonor Merino se nos desnuda sutilmente para mostrarnos las cicatrices, las
heridas y también las alegrías que como relicario conserva y a modo de rosario,
enhebra todos sus recuerdos, su memoria, al presente.
Y leemos versos dedicados
a la madre y al padre ausente:
"(...) Madre
bajo el suelo
la esencia expandes
en las mieses los mares
Madre ¡¡ME OYES!!"
“Te fuiste
sin que el valeroso hálito me cubriera
sin que la mano firme me tocara
sin que los ojos llenos de amor
en los míos se posaran.
(...) De duelo, fuego, contenido
al entrar en la estancia quisiera
de hinojos postrada
PADRE ¡tu bendición!”
LEONOR como hacendosa
costurera, hilvana pasado con presente del padre a los hijos,
Alberto/Eduardo/Victoria:
“(...) Mi niño deja de serlo
pero no mío”.
“(...) dorado blanco era
como la leche que lo amamantó” .
“Cinco meses
mis pechos que son tuyos
te alimentan (…)
"El sol lució un momento
mudos el pájaro
el viento” (…)
“A la lima, al limón
desbordo amor
¡la niña se lo llevó!”
“Anoche
fingiendo que dormía
me besaste niña mía”
Y la poeta sigue
tejiendo con su hilo entre presente y pasado. Pasado y presente y leemos:
“porque siento en el flujo de mi sangre
vuestra sangre (…)
porque mi sonrisa de ayer
en el eco de las vuestras rodó. (…)
Porque deseo pedir perdón
agazapada en soledad
no puedo veros más”
“Carlota alta nota
más aún Mariola
(…)
hace el nombre a la persona
que con honor lo lleva
los apellidos lo coronan
de antepasados legado”
“Mi vida caravana
de seres que amo
mirada de pureza
bandera blanca
fuego que atraviesa
tus
ojos, tu voz
en mi alma avanzan.
Llegamos al último
poema del “Soplo de la vida el polvo de
la tierra”, donde Leonor Merino nos
dice hasta siempre con estos versos:
“El amor
pálpito
de Eternidad”
Así he vivido yo este
libro:
verso a verso
como pálpito hilador
que enhebra el soplo al polvo,
como polvo que vuela si existe el soplo
como soplo generador de vida
como polvo posado en mi memoria
-Asunción Caballero-