Reconozco
una dificultad añadida el hecho de leer con ojos críticos la obra poética de
una amiga. Chelo de la Torre se ha pasado esto años amasando este primer libro
de poemas que ni nunca se había propuesto. La profesora de Matemáticas se
apartó del encerado y dejó de respirar polvo de tiza. Había dedicado toda su
vida profesional a enseñar a calcular perímetros, áreas, ecuaciones, logaritmos
y derivadas, pero ya jubilada seguía con ganas de nutrir sus propias neuronas
haciéndolas trabajar en un campo desconocido. Y como el mayor que aprende a
cultivar hortalizas en un campo social, se ha dado a tallar palabras,
pulimentarlas y encararlas en una estructura poética.
Ángulos ha titulado a este primer poemario nacido mayormente en
las esquinas de la vigilia o en el sobresalto de una urgencia. Hay mucho de
personal, de intimismo, de lágrima seca de mujer, de madre cuyos hijos siguen
anidando en su corazón, a pesar de las largas horas de vuelo fuera del nido. Un
libro redondo, cuyos múltiples sesgos y biseles han
logrado casi una esfera perfecta. Un libro que bien podría ser ese círculo, al
que se accede desde los infinitos ángulos de la periferia perimetral hacia el
corazón que más veces padece que goza. En todo él, una magia de la proporción y
cadencia que podría venir de esa relación mágica de π con la circunferencia, esa en la que ella ha envuelto el pasado
remoto con el presente y hasta con los miedos a futuro, con la música y el clamor que todo lo ordena y
armoniza.
Chelo
de la Torre ha construido sus poliedros líricos con los mimbres de esa misma
geometría y aritmética que durante tantos años ha utilizado para dar una sólida
formación técnica a los estudiantes de segundo grado, ahora que sus días son
“un círculo centrado en la rutina” y con la sencillez de la línea recta, a lo
sumo quebrada, pero nunca helicoidales de artificio barroco. Precisamente en la
sencillez de su sintaxis y en lo acertado de sus ricas metáforas reside el
mayor de los alicientes. La voz poética habla como la profesora de matemáticas
que fue, sin engolar la voz, sino usando la distancia más corta entre los dos
extremos de un segmento: “La lluvia quiere borrar la casa donde me hice niña”.
En
su poesía, un recorrido por la memoria refrescando la infancia y juventud,
aunque también se proyecta al futuro: “recuerdo la vida que pudimos tener
juntos”. A esta fiesta de la escritura ha convocado a todas aquellas personas y
elementos que conformaron su vida y sus recuerdos, sobrevolando por encima de
todo el presente en esos sobresaltos de un dormir intranquilo y accidentado por
amor: “A un lado van las dudas, / las dudas de casi todo”. O mucho más
claramente cuando afirma: “otra vez su mirada en blanco rompe la noche… se despiertan las termitas que roen mi útero
en silencio”.
Enhorabuena,
querida amiga. Es cierto que la Red está cuajada de voces que se autodenominan
poeta en lugar de obreros del ripio; pero no es tu caso. Este primer libro deja
la puerta abierta a seguir creando, a elaborar sin prisas ni pausas, y a sacar
de ti el manantial lírico por el que apuesto y espero.
Francisco Espada Villarrubia
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http://editorialnazari.com/es/catalogo/1283
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