Notas del autor sobre la novela.
Es difícil hoy en día alentar a alguien para que lea una obra de mil doscientas páginas. Ni siquiera ofreciéndole la biografía de un héroe. Hoy en día un héroe es más bien un personaje con superpoderes que resuelve de forma tajante y espectacular conflictos humanos. ¿Qué decir de un héroe creado con un método, en palabras del propio autor, de «realismo en el más elevado sentido»? Y si encima les digo que es un héroe publicado en 1879 y cuyo prólogo empieza:
«En efecto: aunque llamo a Alexiéi Fiódorovich mi héroe sé muy bien que no es de ningún modo, un gran hombre, y preveo por ello inevitables preguntas poco más o menos como estas: ¿Pero qué tiene de notable su Alexiéi Fiódorovich para que lo haya elegido usted como héroe suyo? ¿A hecho algo extraordinario?..»
Pues ustedes me dirán que apaga y vámonos. Pero quisiera contarles que fue este prólogo del autor, su propia advertencia, la que me hizo continuar su lectura hasta el final. Aunque hoy en día vivimos en auge de la tecnología y la información, las cuales nos tienen adictos a emociones fuertes, quiero hacer un voto a la serenidad.
Y es que somos los mismos animales que visten y calzan que los del siglo XIX. Por lo que pienso que es bueno leer una historia en la que un monstruo (de los que todavía nos rodean) crea una realidad infecta; en una sociedad enferma y contradictoria, de valores perdidos y confundidos; donde la alta inteligencia y el talento son confundidos y hundidos en el delirio. ¿Cómo actuaría aquí un héroe real?
Sigue el prólogo del autor: «Para mí, Alexiéi Fiódorovich es un hombre notable, pero dudo decididamente que logre demostrarlo al lector.» No estoy de acuerdo con esta parte del prólogo. El lector sutil, ávido; el que en el día a día vea en su barrio, en su pueblo, al buen hombre de coraje, honor y bondad; el que pueda advertir los esfuerzos humanos de héroes de piel y hueso: sí lo verá.
No verán personas irreales que se aprovechan de sus superpoderes para resaltarse sobre los demás en mundos fantásticos, sino gente con las mismas características que sus vecinos, que se aprovechan de su coraje, honor y dignidad para sobresaltar y mejorar la vida de los que les rodean. Y para prueba un botón: todos los actuales tratados de ética. Son los héroes que rompen el «aislamiento humano».
Y se preguntarán a qué aislamiento humano me refiero.
«Al que ahora, sobre todo en nuestro siglo –comenta un personaje de la novela en cuestión-, reina en todas partes, mas no se ha terminado aún ni le ha llegado el plazo final. Pues ahora cada individuo se esfuerza por destacar su rostro en todo lo posible, quiere experimentar en sí mismo la plenitud de la vida, aunque lo único que alcanza en todos sus esfuerzos , en vez de su plenitud, es un suicidio, porque cae en un aislamiento absoluto en vez de procurarse la total definición de su ser. En nuestro siglo todo se ha dividido en unidades, cada individuo se aísla en su madriguera, cada uno se leja de los otros, se esconde, oculta lo que tiene, y termina apartándose de los hombres y apartando a los demás de su lado. Acumula riquezas solitario, y piensa: cuán fuerte soy ahora y cuán a cubierto estoy de las necesidades, y no ve insensato, que cuanto más acumula, tanto más se hunde en la suicida impotencia. Pues se acostumbra a confiar únicamente en sí mismo, a separarse del todo como unidad, acostumbra a su alma a no creer en la ayuda humana, en los hombres ni en la humanidad, y no hace sino temblar pensando que puede perder su dinero y los derechos que con él ha adquirido. Por todas partes ahora la mente del hombre empieza a perder de vista, de modo ridículo, que la única seguridad del individuo, no radica en su esfuerzo personal aislado, sino en la integridad global de los esfuerzos humanos. Pero no hay duda de que a ese espantoso aislamiento también le llegará su fin, y todos comprenderán, a la vez, de qué manera tan artificiosa se habían separado unos de otros. Tal será el espíritu de la época y se sorprenderán de haber permanecido tanto tiempo en las tinieblas y no haber visto la luz.»
¿Y qué puede enseñarnos este héroe de Dostoievski en esta cruel historia de la familia Karamázov que aquí os expongo en palabras del mismo fiscal del proceso que concluye la tragedia?
« Vean a ese desgraciado viejo, disoluto y libertino, a ese “padre”, cuya existencia ha terminado tan lamentablemente. Noble por su linaje, después de iniciar su carrera como gorrista pobrísimo y de haberse hecho con cierto capitalito gracias a una boda casual e inesperada, empezó siendo un pequeño bribón y un bufón lagotero, dedicado ante todo a la usura, sin que le faltara, es cierto, notables actitudes mentales. Con los años, es decir, a medida que va incrementando el capitalito, se anima. La humildad y la roncería desaparecen, quedan solo el cínico burlón, desalmado, y el libidinoso. La vida espiritual se esfuma por completo, la sed de goce es extraordinaria. Finalmente, no ve en la vida más que placeres voluptuosos, y eso es lo que enseña a sus hijos. Nada de obligaciones espirituales de alguna clase, que como a padre le corresponden. Se ríe de ellas, abandona a sus hijos pequeños en el patio trasero de la casa y se alegra de que los quiten de su presencia. Hasta llega a olvidarse de ellos por completo. Todas las normas morales del viejo se expresan en la frase apères moi le déluge (después de mí el diluvio). Es el polo opuesto por lo que se entiende por un ciudadano, su aislamiento de la sociedad es total, hasta hostil: “Que arda el mundo entero mientras yo vaya bien”. Y le va bien, está satisfecho, anhela vivir así aún veinte, treinta años más. Defrauda a su propio hijo, y con el dinero del hijo, con el que le corresponde por la herencia materna y que no quiere entregarle, intenta quitarle a él, a su propio hijo, la amante»…«Ahí tenemos a los hijos de ese viejo, de ese padre de familia: uno está ante nosotros en el banquillo de los acusados, de él hablaré más adelante; a los otros me referiré sólo ligeramente. De ellos, el mayor, es uno de los jóvenes modernos, de brillante formación, dotado de gran inteligencia, pero que no cree en nada, que niega y olvida muchas cosas de la vida, demasiadas cosas, exactamente como su padre. Todos les hemos oído hablar, en nuestra sociedad ha sido acogido con los brazos abiertos. No ocultaba sus opiniones, sino al contrario, todo lo contrario, y eso hace que me atreva ahora a hablar de él con bastante franqueza, desde luego, no en su condición la persona privada sino únicamente como miembro de la familia Karamázov»…«un idiota enfermizo (otro “miembro” de la familia), en extremo implicado en el actual proceso, Smerdiakov es criado y quizás hijo natural de Fiodor Pávlovich.»…«ese desgraciado me contaba con lágrimas de histerismo de qué modo este joven Karamázov, Iván Fiódorovich, le había horrorizado con su desenfreno espiritual: “Según él, todo está permitido, todo lo de este mundo es lícito, y en adelante nada ha de estar prohibido; eso es lo que siempre me estaba enseñando.” Al parecer, dando vueltas a esta tesis que le había enseñado el idiota acabó volviéndose definitivamente loco,»…«Tenemos luego al otro hijo; oh, este es todavía un joven, piadoso y humilde, el cual, en contraposición a la ideología tenebrosa y disolvente de su hermano, procura acogerse, por así decirlo, a los “fundamentos del alma popular” o a lo que se denomina con esta rebuscada expresión en algunos círculos de nuestra intelectualidad dada a teorizar.»…«”Pero he aquí al tercer hijo de este padre de familia moderna: está en el banquillo de los acusados, lo tenemos entre nosotros. También tenemos ante nosotros sus proezas, su vida y sus obras: a su hora, todo se ha puesto en claro, todo se ha descubierto.»
¿Qué hará, señores, el héroe de Dostoievski en esta historia? Y que también bajo mi humilde opinión, es sin duda alguna, un héroe.