Algunas novelas se leen con
rapidez, otras con parsimonia, adentrándose en la trama, en los olores o en la
música que desprende el texto.
No había leído nada de Paula Lapido.
No podemos llegar a todo y eso hace que puedas perderte joyitas.
Los que alcanzan la orilla
ha sido mi primera lectura de Paula y me ha parecido muy merecedora del premio
que le otorgaron. Uno de esos pocos premios que parecen alejados de las muchedumbres
y las primeras baldas de los centros comerciales.
La novela parte de una idea
sencilla. Paul, afamado pianista aparece muerto en un pequeño pueblo de la
Provenza francesa. Giulia, la hermana y narradora recibe la llamada. Hacía once
años que no sabía nada de su hermano desde que, sin previo aviso, desapareció
de Berlín antes de empezar un concierto.
El viaje de Giulia hasta Montmerny,
el lugar donde su hermano había vivido, se convierte en una búsqueda de
identidad. Saber quién era realmente Paul a través de la mirada ajena, de las
personas que lo conocieron cuando ella ni siquiera sabía dónde estaba, que tan
solo suponía por las postales que él, cada tanto, iba mandando.
La novela traza un constante ir y
venir a través de los recuerdos de Giulia, la presencia imprescindible de Paul
en su vida, la del padre autoritario y la madre ausente y el vacío irremediable
que le deja su desaparición, su falta de noticias, el desarraigo.
La música de Rachmaninov, de su
concierto para piano nº 3, uno de los más brillantes y emocionantes que se
pueden escuchar, nos acompaña a lo largo de toda la lectura. Imaginamos las
manos de Paul sobre la brillantez del teclado. Y su lunar. Ese signo distintivo
que siempre está presente en los recuerdos de Giulia, cuando se pregunta cuál
es el lugar de cada persona, qué vio su hermano en ese pueblo perdido de la Provenza,
rodeado de lavanda y de escarabajos tigres. Que le hizo dejar la música de esa
forma tan abrupta y qué es lo último que vio Paul cuando su coche se despeñó
por un barranco.
Así, con la sencillez de una
historia, Paula Lapido ha escrito una novela muy sólida, a ratos poética, a ratos
triste, a ratos inquietante, repleta de imágenes, olores, música, pintura y un
impresionante amor fraternal.
Hay muchas más cosas en esta
historia, pero no voy a desvelarlas. Solo aconsejo que la lean.
Un premio, el Kutxa Ciudad de
Irún, muy merecido.