Editorial Anagrama, 2003. 313 páginas.
Graham Swift está considerado como uno de los mejores novelistas británicos de la generación de los 80, junto con Julian Barnes, Martin Amis, Ian McEwan y Kazuo Ishiguro
Cuando iba a editar las etiquetas para esta entrada, dudé.
Al final, me decidí por colocar las de Novela negra y Novela policíaca, porque lo es.
Pero es muchas cosas más; podría haber añadido la de Novela intimista, o haber creado una nueva categoría: Novela gastronómica.
Empecé a leer a Graham Swift hace poco tiempo. Empecé con la considerada como su más lograda novela y una de las mejores de los últimos años del siglo XX en Inglaterra: "El país del agua".
Después de esa obra maestra -llevada al cine con Jeremy Irons como protagonista- leí "Fuera de este mundo", "Mañana" y "Desde aquel día" y aún tengo reservada "Últimos tragos", también convertida en película.
Pero me he decidido por traer aquí y recomendar "La luz del día" por su casi perfecta estructura, porque encontré, sin saberlo en un principio, una maravillosa novela que recuerda en algunos aspectos formales a las mejores de la línea negra anglosajona: narración en primera persona, intriga hasta el final, protagonista atormentado y con "manchas" en su pasado.
Casi desde el principio, conocemos muchos de los hechos. Sabemos quién es el asesino (la asesina), quién es el asesinado (el marido de ésta); pero no el cómo ni el exacto por qué.
Aunque, también casi desde el principio, conocemos el triángulo que da lugar a la tragedia: la esposa, profesora de lenguas extranjeras; el esposo, un ginecólogo de éxito; y la joven refugiada croata, alumna de la primera.
El protagonista, un detective privado contratado por la esposa y que había sido policía, va contándolo todo, con saltos en el tiempo: pasado, presente...
Enamorado de su clienta, la profesora asesina, y rodeado por una serie de mujeres que influyen en su vida: su hija, con la que lo une una especial relación afectivo-gastronómica; su secretaria, que fue su amante y que lo daría todo por él; su ex esposa, que tras 20 años de matrimonio, le dice adiós sin más.
Poco a poco, nos va desvelando los cómos y los porqués, como capas de una cebolla, hasta llegar a la última página. Él es el único que conoce todos los hechos pasados, presentes, de la excelente trama que va tejiendo el autor.
También es una novela acerca de "cruzar, atravesar líneas": sobre la sexualidad, sobre la homosexualidad, sobre la relación detective/cliente, sobre la relación detective/persona vigilada, o policía/detenido, o profesor/alumno...
Precisa, lacónica, lírica, profunda, da gusto leerla.
No sé si es mejor despacito, para saborearla o rápidamente, para desentrañar el final y llegar a saber todo lo que sabe el protagonista/narrador.
Algunas citas:
"Amar es estar dispuesto a perder, es no tener, no guardar."
"Ir a visitar a alguien a la cárcel se parece a un breve ensayo de la cosa real, una breve idea del castigo. Las puertas se cierran detrás de nosotros. Un sistema -un olor- nos traga, nos registran, nos cuentan, nos marcan. Nos preguntamos vagamente si nos dejarán salir. Luego, cuando se acaba el tiempo, se produce un pequeño milagro. Regresamos -todo está en orden- por el camino por el que vinimos. Damos ese sencillo paso que no lo es tanto para los que se quedan dentro, un paso que para ellos ni siquiera es concebible.
Puede que a todos debieran obligarnos a darlos. Una especie de educación, un privilegio. Saber cómo es dejar el mundo y que después nos vuelvan a poner en él."
"En los aeropuertos hay canales y espacios vacíos y filtros; estar allí se parece a estar en una cadena de producción. Un enorme sistema de opresión que elimina toda aura o -por la misma vía- la realza. Tantas partidas, tantas llegadas: no se pueden distinguir un sencillo adiós de una agonía, amantes de amigos. La gente se excita, se abraza, se niega a separarse, se besa. ¿Qué significan esos ojos húmedos? ¿Que nos vemos el sábado que viene? ¿Que nunca volveremos a vernos?
Toda esta intimidad en público. Pero aquí no es algo desacostumbrado, es casi lo que corresponde.
Y, del mismo modo, es el sueño de un detective. Uno pasa a formar parte de la multitud, nadie se da cuenta de nuestra presencia, ni siquiera si pasara rozándolo.
Y, de todos modos, no hace falta ser detective. Se lleva en la sangre.
¿Quién no lo ha hecho alguna vez? De pie o sentado al borde de un gran espacio lleno de gente, mirando. Y quién, por el mero gusto de hacerlo, no ha escogido, como un espía, una silueta aislada, una pareja, y seguido cada uno de sus movimientos, de sus gestos, quién no ha intentado leer sus labios. Y quién no se ha preguntado: ¿cuál es su historia?"
"En la meticulosa y amorosa preparación de un plato hay (...) una especie de poder curativo."
Graham Swift. |